REFLEXIONES FILOSÓFICAS EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS
Desde
la intimidad de mi hogar, espacio que me sirve de refugio, y como refugio me blinda de no ser atacada silenciosamente
por un enemigo oculto, el coronavirus o COVID-19, un virus mortal que tiene la
capacidad devastadora de destruir vidas,
cuyo origen es incierto, pero, que es una realidad, está viviendo entre
nosotros. Llegó importado a Colombia como regla base de la globalización, pues,
el COVID-19 es un enfermedad globalizada que la traen los viajeros que tienen
la posibilidad de conocer placenteramente otras latitudes, vestido de elegancia
invernal. Creo que, si tuviéramos un sistema de salud fortalecido, seguiría
igual la incertidumbre, pero, estaría un poco más tranquila porque habría camas bien dotados para mucha
gente, y no sé si por mi exagerada sensibilidad me estoy imaginando miles de
muertos como los de Wuhan en China y más recientemente en Italia.
Traigo
a colación un aparte de la obra del Premio Nobel de Literatura, José Saramago, “La
ceguera”: “Una ceguera blanca se expande
de manera fulminante. Internados, en cuarentena o perdidos por la ciudad, los
ciegos deben enfrentarse a lo más primitivo de la especie humana: la voluntad
de sobrevivir a cualquier precio”. Eso es lo que esta cuarentena nos plantea,
sobrevivir a cualquier precio: dejar de ver a mis familiares cercanos es un
gran sacrificio, no poder interactuar físicamente como mis compañeros y
estudiantes en esta calidez caribeña, que hace parte de nuestra esencia como
seres humanos y como personas, es frustrante. Pero, realmente, ¿quién es ese enemigo oculto que puede estar
en un sutil estornudo de alguien, en
cualquier superficie, en mis manos, mi
herramienta principal para escribir, comer, saludar y crear manualidades? Las
debo proteger porque ellas me podrían enfermerar y, a su vez, enfermar a otros.
El
nacimiento del nuevo año 2020, auguraba prosperidad, abundancia, proyectos y la esperanza
en que iba a ser un año de suerte en las inversiones, cambiar de hábitos y
rutinas etc., pero, lentamente, los medios sonaban sensionalistas y la
incredulidad se apropió de mí por instantes, pero, no puedo negar que todo ha sido trastocado por ese
enemigo invisible, imperceptible a la vista humana. El estar confinada para salvaguardar
mi vida y la de mis seres queridos, hace brotar en mí el filósofo que llevo por
dentro, como lo planteó alguna vez Walter Riso, ya que, surge un mundo de interrogantes,
como: ¿era necesario que la humanidad tuviera un alto en la falsa idea que nos
inculcaron los libros de Ciencias Naturales y Sociales de que somos la especie
superior?
Cuando
el COVID-19 nos muestra la fragilidad humana, ante tanta prepotencia, porque no
conoce de preferencias de ninguna clase, ¿por qué este enemigo invisible y
silencioso ha puesto en jaque a las economías
más prosperas y voraces del planeta? Pero, también pienso que es una oportunidad
histórica para las economías emergentes, débiles y mezquinas como la de Colombia,
de ser resilientes y solidarias con los más desprotegidos, víctimas de políticas
corruptas a lo largo y ancho de la geografía nacional y durante toda la vida. Qué
paradoja la del COVID-19: es muerte, pero, nos invita a protegernos y a proteger
a la población más vulnerable, siendo aún más paradójico, pues, nos obliga a proteger a los adultos mayores
en una sociedad que desprecia lo viejo y hace una permanente apología a lo
joven y bello.
Sera
que, una vez finalice la crisis, que esperamos que sea pronto, ¿seremos mejores
personas? ¿Mejores seres humanos más solidarios? ¿Estaremos convencidos de que
la vida es un bien preciado, en un país que ha construido la cultura de la violencia,
en el que es tan fácil matar a alguien por cualquier tontería? ¿Por un celular,
porque me miró mal? Nos hemos vueltos “maestros” de la intolerancia. ¿Y
nuestros políticos que? ¿Aprenderán la lección del COVID-19 y, por fin, serán verdaderamente
honestos? Con planes de gobiernos ajustados a la realidad de sus regiones,
guiados por el deber ético de la moral kantiana: el deber ser, el hacer el
bien, de preocuparse por el otro, teniendo claro el deber como la necesidad de
una acción por respeto a la ley, a sí mismo y a los demás.
El
Coronavirus llegó para quedarse y, como Mario Benedetti no los regaló en su
poema “Cielito de los muchachos”: “Están
cambiando los tiempos para bien o para mal, para mal o para bien, nada va a
quedar igual”.
LIC.
BELINDA FIGUEROA CUADRO
Docente
de Filosofía